domingo, 12 de mayo de 2013

Recursos Adicionales 6to año: Discurso de Deodoro Roca en el 1er. Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios (31/07/1918)


Señores Congresales:
Reivindico el honor de ser camarada vuestro. […]
Pertenecemos a esta misma generación que podríamos llamar “la de 1914”,
y cuya pavorosa responsabilidad alumbra el incendio de Europa. La anterior,
se adoctrinó en el ansia poco escrupulosa de la riqueza, en la codicia miope,
en la superficialidad cargada de hombros, en la vulgaridad plebeya, en el
desdén por la obra desinteresada, en las direcciones del agropecuarismo
cerrado o de la burocracia apacible y mediocrizante.
[…]
Entonces, se alzaron altas las voces. Recuerdo la de Rojas: lamentación
formidable, grave reclamo para dar contenido americano y para infundirle
carácter, espíritu, fuerza interior y propia al alma nacional; para darnos
conciencia orgánica de pueblo. El centenario del año 10 vino a
proporcionarle razón. Aquella no fue la alegría de un pueblo sano bajo el sol
de su fiesta. Fue un tumulto babélico; una cosa triste, violenta, oscura.
El Estado, rastacuero, fue quien nos dio la fiesta. Es que existía una
verdadera solución de continuidad entre aquella democracia romántica y
esta plutocracia extremadamente sórdida. Nuestro crecimiento no era el
resultado de una expansión orgánica de las fuerzas, sino la consecuencia de
un simple agregado molecular, no desarrollo, y sí yuxtaposición. Habíamos
perdido la conciencia de la personalidad. […]
Dos cosas –en América y, por consiguiente, entre nosotros– faltaban:
hombres y hombres americanos. Durante el coloniaje fuimos materia de
explotación; se vivía sólo para dar a la riqueza ajena el mayor rendimiento.
En nombre de ese objetivo se sacrificó la vida autóctona, con razas y
civilizaciones; lo que no se destruyó en nombre del Trono se aniquiló en
nombre de la Cruz. Las hazañosas empresas de ambas instituciones –la civil
y la religiosa– fueron coherentes. Después, con escasas diferencias, hemos
seguido siendo lo mismo: materia de explotación. Se vive sin otro ideal, se
está siempre de paso y quien se queda lo admite con mansa resignación. Es
ésta la posición tensa de la casi totalidad del extranjero y esa tensión se
propaga por contagio imitativo a los mismos hijos del país. De consiguiente,
erramos por nuestras cosas, sin la libertad y sin el desinterés y sin “el amor
de amar” que nos permita comprenderlas. Andamos entonces, por la tierra
de América, sin vivir en ella. Las nuevas generaciones empiezan a vivir en
América, a preocuparse por nuestros problemas, a interesarse por el
conocimiento menudo de todas las fuerzas que nos agitan y nos limitan, a
renegar de literaturas exóticas, a medir su propio dolor, a suprimir los
obstáculos que se oponen a la expansión de la vida en esta tierra, a poner
alegría en la casa, con la salud y con la gloria de su propio corazón.
Esto no significa, por cierto, que nos cerremos a la sugestión de la cultura
que nos viene de otros continentes. Significa sólo que debemos abrirnos a
la comprensión de lo nuestro.
Señores: la tarea de una verdadera democracia no consiste en crear el mito
del pueblo como expresión tumultuaria y omnipotente. La existencia de la
plebe y en general la de toda la masa amorfa de ciudadanos está indicando,
desde luego, que no hay democracia.
Se suprime la plebe tallándola en hombres. A eso va la democracia. Hasta
ahora –dice Gasset– la democracia aseguró la igualdad de derechos para lo
que en todos los hombres hay de igual. Ahora se sienta la misma urgencia
en legislar, en legitimar lo que hay de desigual entre los hombres.
¡Crear hombres y hombres americanos, es la más recia imposición de esta
hora! […] Por vuestros pensamientos pasa, silencioso casi, el porvenir de la
civilización del país. Nada menos que eso, está en vuestras manos, amigos
míos.
En primer término, el soplo democrático bien entendido. Por todas las
cláusulas circula su fuerza. En segundo lugar, la necesidad de ponerse en
contacto con el dolor y la ignorancia del pueblo, ya sea abriéndole las
puertas de la Universidad o desbordándola sobre él. Así, al espíritu de la
nación lo hará el espíritu de la Universidad. Al espíritu del estudiante, lo
hará la práctica de la investigación, en el ejercicio de la libertad, se
levantará en el “stadium”, en “el auditorium”, en las “fraternidades” de la
futura república universitaria. En la nueva organización democrática no
cabrán los mediocres con su magisterio irrisorio. No se les concibe. En los
gimnasios de la antigua Grecia, Platón pasaba dialogando con Sócrates.
Naturalmente, la universidad con que soñamos no podrá estar en las
ciudades. Sin embargo, acaso todas las ciudades del futuro sean
universitarias; en tal sentido las aspiraciones regionales han hallado una
justa sanción. Educados en el espectáculo fecundo de la solidaridad en la
ciencia y en la vida; en los juegos olímpicos, en la alegría sana; en el amor
a las bellas ideas; en el ejercicio que aconsejaba James: ser
sistemáticamente heroicos en las pequeñas cosas no necesarias de todos
los días; y por sobre todo, en el afán – sin emulación egoísta – de
sobrepasarse a sí mismos, insaciables de saber, inquietos de ser, en medio
de la cordialidad de los hombres.
Señores congresales: No nos desalentemos. Vienen – estoy seguro – días
de porfiados obstáculos. Nuestros males, por otra parte, se han derivado
siempre de nuestro modo poco vigoroso de afrontar la vida. Ni siquiera
hemos aprendido a ser pacientes, ya que sabemos que la paciencia sonríe a
la tristeza y que “la misma esperanza deja de ser felicidad cuando la
impaciencia la acompaña”. No importa que nada se consiga en lo exterior si por dentro hemos conseguido mejoramos. Si la jornada se hace áspera no
faltarán seños que alimentar; recordemos para el alivio del camino las
mejores canciones, y pensemos otra vez en Ruskin para decir: ningún
sendero que lleva a ciencia buena está enteramente bordeado de lirios y
césped; siempre hay que ganar rudas pendientes.

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